¿Afecta a tu productividad una oficina demasiado fría? Una investigación publicada esta semana así lo asegura y da la razón a las que estamos hartas de pasar ocho horas en el ártico con la piel de gallina incluso cuando fuera, en la calle, se derriten los semáforos.
Se nos ha tachado de exageradas cuando hemos llenado el bolso con calcetines y pañuelos mientras nuestros compañeros (varones) están felices en manga corta. Pero no era un capricho. El estudio de la University of Southern California muestra que, a medida que las temperaturas suben, también lo hace nuestra productividad.
“Está comprobado que a las mujeres les gusta estar en espacios con temperaturas mayores que las de los hombres, pero hasta ahora se creía que era una cuestión de preferencias personales”, señaló el coautor del estudio, Tom Chang, en un comunicado. “Lo que hemos visto es que no se trata únicamente de que te sientas cómodo; la temperatura afecta a tu rendimiento en cuestiones relevantes, como la dimensión matemática o la verbal”.
Los participantes en este estudio tuvieron que completar tres tareas diferentes de tipo verbal y matemático con la promesa de recibir un incentivo monetario en función de su rendimiento. En sesiones por debajo de los 70 grados, las mujeres alcanzaron una media de 28.7 puntos (de un máximo de 35), mientras que los hombres alcanzaron 33.7. Los participantes de ambos sexos alcanzaron una puntuación de 32.6 puntos en los casos en los que la temperatura era de entre 70 y 80 grados, mientras que las mujeres salieron mejor paradas (con 33 puntos frente a 31.2 de los hombres) cuando la temperatura estaba por encima de los 80 grados.
No es que las habilidades mejorasen (o no necesariamente) con la temperatura más cálida; lo que ocurrió es que ellas fueron capaces de sacar adelante más trabajo. Es decir, no es que el frío les afectase la memoria a la hora de resolver problemas de cálculo o de lógica, sino que el ambiente más frío redujo su productividad. Y lo mismo les ocurrió, a la inversa, a los hombres sometidos a altas temperaturas.
¿Mejores resultados en un examen?
Si esto te parece una nadería, piensa en que las implicaciones en el mundo real son enormes. Los resultados del SAT (el examen de admisión a las universidades de EEUU), por ejemplo, podrían estar influenciados por las temperaturas y beneficiar a los hombres.
Hacen falta más estudios antes de que nos lancemos a la revolución de los termostatos. No obstante, como dice Chan, “las empresas invierten mucho para asegurarse de sus trabajadores están cómodos y son productivos. Este estudio está avisando de que incluso si solo te importa el dinero o los resultados de tus trabajadores, deberías aumentar la temperatura de tus oficinas”.
Y eso sin hablar del argumento medioambiental. Con cada grado que se sube el aire acondicionado, según algunas estimaciones, se consigue un 7% de ahorro energético. Y EEUU, una nación que cuenta por el 4.5% de la población mundial, consume más energía en aire acondicionado que el resto del mundo en su conjunto.
Algunos expertos consideran que el aire acondicionado que se consume en EEUU tiene un impacto climático mayor que todos los procesos industriales combinados. Por otra parte, otros estudios muestran que la exposición intensiva al aire acondicionado reduce la capacidad del cuerpo humano para tolerar el calor.
Los termostatos son sexistas
Esta discusión no es nueva. Muchas trabajamos en condiciones subárticas porque la temperatura considerada óptima del aire acondicionado está pensada solo para ellos, como señala este estudio publicado en la revista de referencia Nature Climate Change que indica que la climatización de los edificios y centros de trabajo está diseñada para un hombre de alrededor de 40 años y unas 155 libras. Este modelo, diseñado en los años 60 pero en vigor hasta hoy “puede sobreestimar la producción de calor en reposo de las mujeres hasta un 35 %”. Es decir, nos toca helarnos.
Y no solo es que la temperatura esté pensada teniendo en cuenta el metabolismo de los hombres; también se calcula con la variable de que muchos siguen llevando traje y corbata incluso en verano mientras que las mujeres (las que se atreven) optan por vestidos y faldas.
En conclusión: trabajar en una nevera no solo nos complica la existencia y resta incentivos para acudir cada lunes a la oficina. También producimos menos, gastamos más y contribuimos al calentamiento global. Anímense a aligerar la vestimenta en verano y a subir el termostato, por el bien de todos.